Las imágenes de África han sido abundantes en el cine de los últimos años. No precisamente cuadros turísticos, sino sombríos paisajes de muerte, guerra y exterminio. Entre las películas que se reconocen en este contexto se cuenta El jardinero fiel, Hotel Rwanda, Tsotsi y este año dos de las nominadas al Óscar: Diamantes de sangre y El último rey de Escocia. A través de la pantalla el mundo ha podido conocer las masacres en Ruanda, Uganda, Sierra Leona, Kenia y Sudáfrica y en ese sentido es posible que a los espectadores el cuadro de violencia no les resulte muy distinto de lo que ya han podido ver.
Sin embargo, El último rey de Escocia tiene algo adicional a todas esas imágenes sangrientas, a diferencia de sus predecesoras ofrece el retrato de un tirano. En África, por lo que se ve en el cine, parecería que todo sucede sin un responsable, es solo la masa que se enfrenta pero el rostro de las cabezas es un misterio. Esta película demuestra que el mal proviene de una mente y un corazón poseído e inescrutable, el del dictador Idi Amin interpretado por el monumental actor Forest Whitaker, quien incluso alcanza a tener un parecido físico con Amin, sino que es su encarnación absoluta.
El filme cuenta la historia de un joven médico escocés que viaja a África y casi por error se convierte en el médico personal del flamante dictador Amin. Es 1970 y nadie sabe a ciencia cierta que sucede en Uganda, pero corren rumores de que la gente es asesinada por cientos. Nicolás, el médico es un joven inexperto que no sospecha que está en medio de una matanza abominable. La película es absolutamente cruda y gráfica, una muestra del mal que sacude cimientos y que puede espeluznar a un espectador desprevenido. Whitaker es un actor maestro por quien vale la pena estremecerse los 121 minutos de acción y pánico. (PST)
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