lunes, 14 de enero de 2008

Arregui sin concesiones frente a la muerte o la ciudad

*Luego de dos años finalmente se estrena en el Ecuador la segunda película de Víctor Arregui, Cuando me toque a mi. La gran noche será el 24 de enero. Publiqué para el periódico del Ocho y Medio este reportaje sobre los pormenores de la producción de la película que incluyo en el blog para su información.






Cuando Víctor Arregui terminó de rodar su primer largometraje, Fuera de juego, sufrió un infarto. La proximidad de la muerte, un discman prestado con un cd de Vicentico adentro y la novela de Alfredo Noriega, De que nada se sabe, que le llegó en fotocopias anilladas le enfrentaron por primera vez a Cuando me toque a mi, su segunda película y el preámbulo del cine ecuatoriano negro.

Cuando me toque a mi es una obra que se centra en la narración de la casualidad impuesta por la muerte en una ciudad en la que todas las historias se tocan, chocan, se descomponen y expiran frente al cinismo de un médico forense en la morgue del hospital Eugenio Espejo.

Para Víctor Arregui, la lectura de la novela De que nada se sabe, que adaptó junto a su autor para llevarla al cine, le sirvió para cuestionar sus sentimientos encontrados con Quito, una ciudad que le apasiona pero que genera rabia a la vez. Así se convierte en el personaje central, en la locación ideal para morir un día cualquiera bajo un cielo encendido por atardeceres extasiantes.

El director explica que Quito es una ciudad en permanente contradicción: solidaria y mezquina, a la vez; bella y violenta. De una cotidianidad que se exalta en la fotografía de la película y de una cierta vulgaridad e hipocresía que queda en manos de los protagonistas: dueños de poderosos dramas pasionales, rutinas simples y de una doble moral que les permite ser víctimas y victimarios sin contemplaciones.

El proyecto de Cuando me toque a mi dio inicio en 2004 con la producción, el levantamiento de fondos, la investigación sobre la tecnología HD (high definition) que se utilizaría por primera vez en el Ecuador.

Isabella Parra, la productora del proyecto, quien debuta en este oficio, explica que lo más arduo, en principio, fue buscar el financiamiento. Ahora, asegura que en realidad la postproducción durante dos años y medio ha sido la parte más complicada. Conseguir auspicios es una tarea penosa para cualquier película, pero para Cuando me toque a mi fue especialmente difícil debido a que trata el tema de la muerte y la gente no se siente cómoda en relación a ella, según la experiencia de Parra: “La muerte ahuyenta a los auspiciantes. Existen ciertas empresas en el Ecuador que han financiado casi todas las producciones nacionales en los últimos años o han apoyado con canjes para la comida durante el rodaje, pero con Cuando me toque a mi, una película que ha costado $380 mil, se sintieron intimidados por el tema de la muerte y decidieron no apoyar el proyecto”.

Quién no se dejó intimidar por la muerte, la posibilidad de pasar días enteros entre cadáveres en la morgue y el desprecio por los quiteños y su moral reverberante fue Manuel Calisto, el doctor Arturo Fernández, actor protagónico de la película.
En 2005 empezaron largas jornadas de casting para un elenco bastante grande encabezado por Calisto, actor de televisión y de cortometrajes y quien fue para Víctor Arregui un descubrimiento insólito. Durante el casting se reveló como un pesimista, demasiado honesto y cuyas conversaciones estaban cargadas de desidia hacia la ciudad. Así se construyó el personaje: un solitario médico legista cuyo oficio es hablarles a los muertos y reconstruir sus pasiones a partir de las marcas que les ha dejado la muerte.

Arregui explica que se trata de un actor con una fuerte disciplina: “Con deseos tan fuertes de ser actor que se enfrenta a la cámara, está enamorado de la actuación. A mi me encanta y creo que logramos lo que queríamos. Hubo una gran comprensión entre el actor y el director”.

Mientras Calisto comenta: “A mi siempre me ha interesado la muerte como tema. Cuando entré a la morgue me sentí cómodo”. Su proceso para estudiar el personaje del doctor Fernández fue sencillo en el aspecto técnico. Habló con un médico legista que le explicó los protocolos que se siguen en una autopsia. Pero para él lo más importante del personaje es su soledad y sus conflictos emocionales: “Que igualmente puede ser un empleado burocrático que un médico legista”, explica.

El director, quien trabajó junto a Randi Krarup en el casting, destaca que cada personaje en Cuando me toque a mi es igualmente importante e intenso y añade: “No busco grandes interpretaciones, me juego con los elencos de no actores. Lo que más me importa en la historia y en las caracterizaciones es la naturalidad”.

En cuanto al equipo técnico Arregui reunió a Daniel Andrade, en la fotografía; Juan José Luzuriaga, en el sonido; Pedro Cagigal, en el arte y Fernando Soto, en vestuario. Junto a ellos el director elaboró una propuesta estética similar a la de la actuación, es decir, lo más cercana al documental.

En cuanto a la fotografía Arregui y Andrade eligieron una luz natural y todo fue hecho con cámara en mano. “Para mi era la muerte a la que había que darle movimiento. Si todo está muerto que al menos la imagen se mueva un poco”, explica Arregui.

A decir de Pedro Cagigal el aspecto estético de la película está dominado por elementos que dan un aire ligeramente antiguo, que a la larga logra que la historia sea atemporal, que suceda sin fijar un tiempo exacto. En el caso del vestuario sucede algo similar y ambas áreas coinciden con la fotografía en el uso del color. Tonos pasteles y verdes que se asemejan a los colores del hospital y la morgue.

Finalmente, en enero de 2006, con un presupuesto de $90 mil dio inicio el rodaje que duró casi un mes y medio. El tiempo se ajustó al presupuesto. Había un plan de producción diseñado por Juan Martín Cueva y León Felipe Troya, dos amigos muy cercanos al director, que además actúan en la película.

El rodaje que para Manuel Calisto eran jornadas de 12 o más horas de sentirse cómodo y disfrutar eran para Isabella Parra en la producción, momentos de mucha tensión. Para ella lo más importante era siempre mantener al director al margen y en lo posible desinformado de los problemas para que su trabajo y creatividad no se vean afectados.

Daniel Andrade, el director de fotografía explica que para él fue una película muy difícil y con miles de complicaciones, entre ellas la de tener la cámara al hombro todo el tiempo, lo cual resultaba agotador y añade: “Los amaneceres fueron una pesadilla pero ahora disfruto mucho viéndolos. Pero lo peor fue rodar en los autos y en los taxis, eso no le deseo a nadie”.
Aunque al parecer quien lo pasó peor durante esas escenas fue el director de sonido, Juan José Luzuriaga quien tuvo que viajar dentro de la cajuela de un Mercedes que debía parar de vez en cuando para que respirara.

Parra explica que el área de arte tuvo sus propios retos. En el caso del hospital Eugenio Espejo grabaron en un ala abandonada tanto en el cuarto donde está interno uno de los actores, como en la morgue. El equipo de arte tuvo que limpiar días enteros, en medio de un ambiente extraño, en una morgue abandonada. Limpiar camillas con restos sospechosos y crear nuevamente el hospital como si estuviera ocupado con los mismos materiales, camas, sueros, etc.

Entre las escenas más complicadas de rodar estaban las de la entrada al hospital por la zona de emergencias. Fueron escenas documentales que se filmaron de una sola vez y sin alertar que se estaría rodando, aunque no hacía falta, el ambiente estaba tan cargado y la gente tan preocupada de su propio dolor que no se fijaban en que había una cámara. Incluso la actriz que debía entrar a Emergencias no estuvo autorizada de conocerla antes para que la sensación sea más real.

Parra cuenta que filmar en el hospital fue insólito después de todo: “Para escenas que filmamos en la morgue real, tuvimos que pedir varias veces a los familiares de los difuntos que hicieran silencio para poder rodar. En medio del sufrimiento ajeno lo importante era conseguir silencio. Parecía un capricho frente a tanto dolor”.

Terminado el rodaje otro de los requerimientos de la película era tener una canción: la primera que Víctor Arregui escuchó luego de que sufrió el infarto Basta de llamarme así, de Vicentico y se convirtió en una pieza fundamental del guión y de la película. Así, Parra cuenta que había que sacrificar lo que haga falta para conseguir los derechos de la canción. La negociación fue larga, en un principio les pidieron $4 mil y la cifra fue bajando hasta que una gestión del productor ejecutivo Paúl Venegas directamente en Buenos Aires logró que los derechos se los vendieran en $750, una cifra simbólica, comparada con lo que suelen ser los precios reales de ese tipo de derechos.

Durante el tiempo del rodaje, el director editaba por lo que después de una semana el equipo pudo ver un primer corte de la película, que no fue el definitivo. Más tarde, el editor argentino, Alex Zito se hizo cargo de Cuando me toque a mi. La película ha tenido un proceso largo y complicado de postproducción, por las dificultades técnicas que implicó hacerla en HD, pero finalmente fue inflada a 35 mm. En 2006 recibió el Premio a Postproducción “Augusto San Miguel”, del Ministerio de Cultura del Ecuador, que fue la primera vez que se entregó en el Ecuador. Luego viajó al Festival de Biarritz, Francia y Manuel Calisto, el protagonista recibió el Premio al Mejor Actor. También participó en una convocatoria para coproducción con Venezuela y fue elegida. Recientemente, Cuando me toque a mi recibió dos premios del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador uno para Postproducción y otro para Distribución.

Luego de casi cuatro años dedicados al proyecto Cuando me toque a mi cierra un ciclo de complicidad entre un grupo humano que fue testigo del proceso personal que vivió Víctor Arregui en su cercanía con la muerte y su relación contradictoria con Quito. Mientras que para él se trata de la historia que quería contar sin saber con seguridad como podrá reaccionar el público, sin expectativa frente al éxito o fracaso y con un deseo profundo de invitar a la reflexión, incluso a aquella sociedad a la que no ha hecho ninguna concesión en su película.